Fui por la mañana a la colecturía para que me “orientaran” cuál era el proceso para renovar mi licencia de conducir. OJO a las comillas en orientar, ya que sabía que no iba a resolver nada en ese momento e iba a requerir al menos dos días más de planificación, estrategia y meditación.
Evité el lío del estacionamiento yéndome en bicicleta, vestido de diferentes colores porque apenas tenía ropa limpia y me puse un sombrero cualquiera para evitar peinarme y no coger sol, como todo un millenial-hipster que soy.
Llegué y lo primero que veo es una fila de al menos 22 personas. Pregunté a la señora que estaba última en la cola, si me tocaba detrás de ella. Me contestó que sí, acompañado de una mirada brusca y asumí mi lugar. Unos cuantos segundos después, parece que sintió cargo de conciencia por cómo me contestó, me preguntó cuál era la gestión que iba a hacer en el día de hoy. Le expliqué que venía a pagar unas multar y renovar mi licencia. Me dice que estoy en la fila incorrecta y me señala al edificio que está al frente. Admito que tuve una suerte inmensa con la iniciativa de esa señora, me ahorró por lo menos 1 hora de mi tiempo. ¡Qué Dios la guarde en su seno todopoderoso!
Caminé tal vez unos 30 segundos hasta entrar al otro edificio. Para mi sorpresa, estaba completamente vacío, solo habían dos empleados sonrientes, listos para atenderme. Por un momento pensé que todo era una trampa elaborada de esas que ves en películas. ¿Una oficina de gobierno vacía con empleados dispuestos a ayudarte? No, no puede ser realidad. Observé a los dos empleados de arriba a abajo, utilizando mis habilidades aprendidas en filmes de la guerra fría. Deduje que no eran espías encubiertos ni tampoco traidores del gobierno actual, planificando un coup d’etat. Me encomendé al creador y proseguí con la misión del día, “orientación”.
“Saludos, vengo a renovar mi licencia de conducir”. Una pausa de varios segundos convirtió una conversación cotidiana en una escena incómoda. Volví a activar mi sentido de espía, y el pánico reinó por un instante. Nervioso por completo dije: “Sí, también tengo unas multas que debo pagar”. Ahí se comenzaron a mover, y a actuar como empleados regulares. Al parecer la palabra clave para encender el mecanismo de trabajo era “multas”.
-Seguro que sí caballero, te ayudamos enseguida. Por favor bríndanos tu licencia de conducir.
-“¿Aunque esté vencida?”
-No hay problema. Vengo en un minutico. (Tomó mi documentación y se marchó a la parte trasera de la oficina.)
Pensé, “¡Wow! ¡Qué eficiencia! No lo creo, esto es imposible.”
Me devolvió el listado de multas (sí, multas en plural, porque son varias, ninguna sorpresa ahí). Para calmar la curiosidad del lector, esto se debe a que poseo un carro “semi-rápido” que me permite emular el mejor lado de Paul Walker (el qué no murió recientemente en un automóvil).
-Pues, eso sería todo, Roberto.
(Silencio repentino, seguido por una mirada confusa y mi postura cambió por completo, volví a estar tenso.)
-“¿Ya, nada más? ¿Cómo resuelvo ahora el problema de renovar mi licencia y pagar las multas?
-«Haberlo dicho antes.»
En este preciso momento, mis sueños de un empleado de gobierno eficiente ya se habían esfumado. Estaba a la merced de ellos por completo. Era un niño perdido en el parque, llevado de la mano de un extraño con la esperanza de volver a encontrar mis padres. La dama se acercó de nuevo, me miró detenidamente y explicó:
-“Ok. Tienes que coger este papel, (refiriéndose al listado de multas) y llevarlo a la colecturía en el 5to piso de Hacienda en el Viejo San Juan (este edificio queda en el otro lado del municipio, como a 15 minutos en auto, sin tráfico.) Ahí te lo certifican y hacen el arreglo para pagar las multas. Después llevas el informe certificado a la colecturía en Bayamón o Carolina (otros municipios que quedan a por lo menos 20 minutos de distancia, de nuevo, sin tráfico.) Cuando llegues allí, tienes que pagar al momento el 25% de la cantidad total de las multas. Te darán un comprobante de pago que llevarás al CESCO en Río Piedras (esta es OTRA oficina, en OTRA ciudad que queda a unos buenos 15 minutos saliendo de cualquiera de los otros edificios mencionados.) Entregas el informe certificado y el comprobante de pago de multas. Haces la fila hasta que te llamen para tomarte una foto nueva e imprimir tu licencia renovada.”
La dama que me atendió y brindó todas esas instrucciones, lucía calmada, como si hubiese recitado miles de veces esas mismas palabras en lo que lleva trabajando para el gobierno. Fue una declamación robótica en automático, sin sentimiento alguno. Me sentí defraudado, frustrado y por consiguiente, molesto. Algo tan sencillo como renovar mi permiso para conducir me va a costar al menos 1 día de trabajo lleno de diligencias, tráfico, filas y más de $100 en cargos burocráticos para mantener la maquinaria gubernamental corriendo.
-“Discúlpeme dama, ¿no piensa que sería mucho más fácil tener todas esas oficinas en un mismo edificio? Todo esto se ve bien complicado y forzado. Yo solo quiero tener mi permiso al día para conducir y evitar aún más multas.”
Miró con desdén y me preguntó si había algo más que pudiese hacer por mí. Di las buenas tardes y me marché. Llegando a la puerta de salida, escuché a la señora llamando mi nombre. Aunque no quería hacerlo, me viré y la atendí con toda la cortesía del mundo.
-“Casi se me olvida, aquí está el certificado médico que tienes que llenar”.
Me entregó otro formulario más, tenía 3 páginas para llenar.
-“Este tienes que llenarlo en una oficina médica, donde te harán pruebas de visión y coordinación motora. Es gratis, pero el sello para certificarlo tiene un costo de $40. Con eso, ya estás listo y no necesitas más nada.” Sonrió, aunque no sé si fue sarcásticamente o genuina.
No brindé ni las gracias brindé, se me había olvidado las cortesías por completo. Me marché al exterior, retomé posesión de mi bicicleta, ajusté mi sombrero y la corrí en dirección a mi apartamento. Pensé por un momento que no necesitaba renovar mi licencia. Que podía simplemente caminar, correr mi bicicleta y usar la transportación pública todos los días. Razoné que tener un carro es un lujo capitalista impuesto por una sociedad consumista, no es necesario en la realidad de las cosas. Hice la resolución de abandonar toda posesión onerosa, como mi auto, y seré un agente de cambio en dirección a la futura sociedad utópica. Donde no hay desigualdades de clase y todos nos montamos en el colectivo para ir al trabajo.
Mi sonrisa llegaba hasta las oreja, desde ese momento sería un hombre nuevo por completo. Este cambio de consciencia duró hasta que sentí la temperatura del mediodía que estaba en 93F, pero se sentía como 100F fácilmente. Bañado en sudor con tan solo unos minutos corriendo en la bici, a pesar de la fuerte ventolera, juré sacar mi licencia lo más pronto posible en una batalla desconsoladora contra el gobierno, en vez de enfrentarme directamente al sol (que es un enemigo natural formidable, pero al menos me da horas de sombra y noche para descansar).
Aunque ambas fuerzas tienen el potencial para quebrar mi espíritu y absorber mis energías, por lo menos una me da la oportunidad de hacerlo mientras estoy en aire acondicionado navegando por Facebook o leyendo AntesalaUno mientras espero.